Roar your terrible roars and gnash your terrible teeth and roll your terrible eyes and show your terrible claws! And please don't go I'll eat you up, I love you so.

20120915

Estamos perdiendo



 Everyone I know goes away in the end...
T. Reznor.

Es por estas fechas, inevitablemente, que año con año mi reloj biológico se activa para que, así súbitamente, la más profunda de las nostalgias me posea. Después lo recuerdo, lo sé, sé por qué. Lo recuerdo y lo recuerdo tan mal. Rezar nunca sirvió de nada. Si le das el tiempo suficiente todo lo que amas te rechaza o muere. A los ocho años ya lo sabes. A los ocho años sabes que nada es para siempre. Cuento el tiempo, año con año. Hace quince años que todo lo que conocía se desmoronó. Y quedan trazos dulces, pero tan lejanos. El sabor de los higos en su punto más maduro en temporada, o forzados con maestría a complacerme, hervidos con azúcar en cualquier época del año. Agua fría que reposaba en un contenedor de barro en forma de perrito panzón, ¿quieres agua de perrito, hijo? La mano huesuda que me reprochaba haberme robado unos cigarros Faros para ahogarme en la azotea. Pavo con mole en Navidad.  Risas chimuelas. Los juegos: era una hormiguita, que buscaba su leñita, le agarraba la lluviecita y ¡corría a su casita! Y las sábanas. Sábanas blancas. Canciones. Llantos. Rezos. A los ocho años descubres que las plegarias no curan el cáncer. Y entonces lo intuyes. No hay nada más en qué creer. Los días han sido tan pesados ¡Y las noches!
Todos se desmoronan. Ya nunca habrá nada por qué sonreír. Al menos no con la inocencia de antes. Rezar no sirve de nada, no importa cuánto lo hagas. Y es esa noche de nuevo, estás tan cansado. Pero eres un centinela valiente, tienes que mantenerte alerta. Porque lo sabes, porque intuyes que el final se acerca y quieres estar ahí. Pero tienes ocho años, cierras los ojos un momento y despiertas antes del amanecer. Y está tan oscuro y no hay luna en el cielo. No hay luna porque ha muerto. Porque ya ha muerto. Porque está y no está, envuelta en esas sábanas blancas. Esas horrendas y estúpidas sábanas blancas. Esas tristes tan eternamente tristes sábanas blancas. Pero lo que queda ahí es tan bello en su propia manera. Y sonríe. Sonríe con una paz que no sé si sea alguna vez accesible a un mortal. Sonríe porque está feliz. Está feliz porque todo ha terminado. Nunca he visto una sonrisa igual. Y no sé si yo alguna vez pueda tener una así. La casa está llena de crucifijos, todos al rededor lloran.
Y afuera la oscuridad es doble. Un cielo negro y una caja gris de herrajes plateados que contenía un abismo sin fondo. Las funerarias nunca descansan. Si le das el tiempo suficiente todo lo que amas morirá o desaparecerá de alguna forma. Hay tantos abismos allá afuera. Tantos que incluso nosotros caemos en nuestro propio foso sin salida. Y parece que nunca va a amanecer. El destino final de lo que te pertenece es ser arrebatado por alguien o algo. Tal vez nunca salió el sol. Y es que estoy tan hecho de barro. Y es que me quiebro tan fácil y es que me derrito tan pronto. Y es que es tan noche y no quiero que amanezca. Pero pasan los días. Pasan los días. Pasan. Y al final descubro que soy un animal de hábitos, un animal de recuerdos, de aniversarios. Una memoria anclada al pasado. Es tan duro olvidar, tan difícil soltar.
Y al final todo ocurre, fluye. Estamos perdiendo y es tan obvio. Hay tantas cosas que no vuelven. Y es tan duro estar enfermo de nostalgia. Y padecer, estúpidamente, por todo eso que nos ha dejado. 

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