Roar your terrible roars and gnash your terrible teeth and roll your terrible eyes and show your terrible claws! And please don't go I'll eat you up, I love you so.
Todos
los días siento ganas de matar a alguien. No es que sea una mala persona (pero
quizá lo soy), es sólo que no soporto que el mundo esté tan lleno. Soy un
arrogante y soy la inocencia. Soy una buena persona me digo cada día frente al
espejo, pero en el fondo sé que soy un monstruo, como todos. Es que ¿por qué se
empeñan en estar ahí, en tocarme en llamarme, cuando puedo ser feliz con las 10
o 15 personas que he elegido para mí? No entiendo por qué tiene que haber
tantos.
También sé que es estúpido.
Quisiera un mundo más limpio.
Despejado. Hay tantas cosas que no entiendo. Me siento tan perdido. Y entonces
pienso que sería reconfortante ser un Buda, una figura superior desprendida de
pasiones carnales, un arcoíris, la lluvia del medio día, una nube versátil
conducida por el viendo. Hay tantas cosas para ser que nunca seré. Me da
tristeza. Pero me siento feliz de ser lo suficientemente yo como para desearlo.
Estoy tan putamente satisfecho que me asusta.
Rujo por las noches y me afilo
las garras en espera del siguiente día. Hay tantos días por delante… y me lamo
los colmillos.
Es por estas
fechas, inevitablemente, que año con año mi reloj biológico se activa para que,
así súbitamente, la más profunda de las nostalgias me posea. Después lo
recuerdo, lo sé, sé por qué. Lo recuerdo y lo recuerdo tan mal. Rezar nunca sirvió de nada. Si le das el tiempo suficiente todo lo que amas te rechaza o muere. A los
ocho años ya lo sabes. A los ocho años sabes que nada es para siempre. Cuento
el tiempo, año con año. Hace quince años que todo lo que conocía se desmoronó.
Y quedan trazos dulces, pero tan lejanos. El sabor de los higos en su punto más
maduro en temporada, o forzados con maestría a complacerme, hervidos con azúcar
en cualquier época del año. Agua fría que reposaba en un contenedor de barro en
forma de perrito panzón, ¿quieres agua de perrito, hijo? La mano huesuda que me
reprochaba haberme robado unos cigarros Faros para ahogarme en la azotea. Pavo
con mole en Navidad. Risas chimuelas. Los juegos: era una hormiguita, que
buscaba su leñita, le agarraba la lluviecita y ¡corría a su casita! Y las
sábanas. Sábanas blancas. Canciones. Llantos. Rezos. A los ocho años descubres
que las plegarias no curan el cáncer. Y entonces lo intuyes. No hay nada más en
qué creer. Los días han sido tan pesados ¡Y las noches!
Todos
se desmoronan. Ya nunca habrá nada por qué sonreír. Al menos no con la
inocencia de antes. Rezar no sirve de nada, no importa cuánto lo hagas. Y es esa noche de nuevo, estás
tan cansado. Pero eres un centinela valiente, tienes que mantenerte alerta.
Porque lo sabes, porque intuyes que el final se acerca y quieres estar ahí.
Pero tienes ocho años, cierras los ojos un momento y despiertas antes del
amanecer. Y está tan oscuro y no hay luna en el cielo. No hay luna porque ha
muerto. Porque ya ha muerto. Porque está y no está, envuelta en esas sábanas
blancas. Esas horrendas y estúpidas sábanas blancas. Esas tristes tan eternamente
tristes sábanas blancas. Pero lo que queda ahí es tan bello en su propia
manera. Y sonríe. Sonríe con una paz que no sé si sea alguna vez accesible a un
mortal. Sonríe porque está feliz. Está feliz porque todo ha terminado. Nunca he
visto una sonrisa igual. Y no sé si yo alguna vez pueda tener una así. La casa
está llena de crucifijos, todos al rededor lloran.
Y
afuera la oscuridad es doble. Un cielo negro y una caja gris de herrajes
plateados que contenía un abismo sin fondo. Las funerarias nunca descansan. Si le das el tiempo suficiente todo
lo que amas morirá o desaparecerá de alguna forma. Hay tantos abismos allá
afuera. Tantos que incluso nosotros caemos en nuestro propio foso sin salida. Y
parece que nunca va a amanecer. El destino final de lo que te pertenece es ser
arrebatado por alguien o algo. Tal vez nunca salió el sol. Y es que estoy tan
hecho de barro. Y es que me quiebro tan fácil y es que me derrito tan pronto. Y
es que es tan noche y no quiero que amanezca. Pero pasan los días. Pasan los
días. Pasan. Y al final descubro que soy un animal de hábitos, un animal de
recuerdos, de aniversarios. Una memoria anclada al pasado. Es tan duro olvidar, tan difícil
soltar.
Y
al final todo ocurre, fluye. Estamos perdiendo y es tan obvio. Hay tantas cosas
que no vuelven. Y es tan duro estar enfermo de nostalgia. Y padecer,
estúpidamente, por todo eso que nos ha dejado.
Marcha…
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Ocho pétalos de tus labios caen como el litio pesado, perforan mis sienes.
Y escucho las gotas tak-tak-tak [perforan…perforan]; tu mirada se pierde,
no me ...