“Palpo el botón de
dicha, está en sazón.
Y muere un
sentimiento antiguo
degenerado en seso.”
César Vallejo
Y
después de todo este tiempo nos volvimos a ver. ¿Cómo explicarle? No quería
besarme, pero me abrazaba. Te amo, me dijo. ¿Cómo iba a explicarle? Sus labios
son firmes y estaban húmedos. No quería besarme pero logré rozar su boca con la
mía un par de segundos hasta que volteó la cabeza. Vi sus labios rosas. Sus ojos
rasgados. Su mirada felina. Pensé en su sexo. Sus labios firmes y húmedos.
Recordé su sexo. Rosado también, húmedo también, húmedo siempre, igual que sus
muslos, parecía que chorreaba, siempre. ¿Cómo explicarle que el amor y el deseo
no son lo mismo? Te amo, me dijo, y yo no supe qué responder. Tuve una
erección. Me pasa cuando me quedo sin palabras y cuando respiro un perfume que
me subyuga. Su olor corporal es de una higrometría áspera. Deja limo en la
garganta. Miré sus pómulos y pensé en el arco de su espalda, en lo dorado de
los vellitos que se le erizaban a contraluz. Su cabello negrísimo como el
abismo y el contraste con su piel casi transparente, con pinceladas rojas en su
sexo, pezones y labios. Me dijo que me seguía amando, después de todo este
tiempo y a pesar de todo lo que había pasado; y no supe qué decir. ¿Cómo iba a
explicarle que bajo mi pantalón algo me estaba matando, que con toda su fuerza
mi corazón latía ahí? Su mirada felina. Sus ojos rasgados. No quería que la
besara, pero me abrazaba. Sentí la presión en mi pecho. Sus senos que mis palmas
nunca pudieron abarcar del todo. Prefiero los senos pequeños, y aunque los
suyos no lo eran, lucían perfectos. ¿Cómo explicarle que el amor y el deseo no
son lo mismo? ¿Cómo decirle que la pasión y la atracción no son iguales? Y es que buscábamos cosas diferentes. Ella podía complacerme fácilmente, yo nunca pude darle lo que ella ansiaba. Sabía
bien que ya no la vería en mucho tiempo. Respiré hondo, codicioso de su
perfume. Quería que me llenara los pulmones dejando su sedimento ahí para
siempre. Di medio paso hacia atrás para que ella no sintiera el secreto que
yo guardaba, que me palpitaba, que amenazaba estallarme ahí abajo. Me dijo que me
amaba. No respondí y supe que esa sería mi sentencia de muerte. Di otra inhalación abismal.
Su cabello grueso. Sentí los rizos en mi mejilla. ¿Cómo iba a explicarle? Sabía
que ya no iba a contestar mis llamadas. Eres un cabroncito, me dijo. Yo no tuve
palabras. Me conoce, sabe leerme. ¿Por qué no quieres besarme? le pregunté
después de un rato. Si hubiera podido besarla una sola vez habríamos cruzado la línea, sé lo que un sólo beso es capaz de hacerle. Porque mi voluntad es débil, contestó. Con toda la paradoja
del mundo supe que no iba a cambiar de opinión. Ya no había nada qué
explicarle, lo sabía todo. Puede leerme, me conoce. No iba a cambiar de
opinión. Eres un maldito cabroncito, sé que lo pensó de nuevo. La conozco. Hay tanta belleza en el mundo, tanta que no la aguanto. Aspiré
hondo. Pensé en su sexo. Sentí nostalgia. Y no tuve más palabras.