Estaba harto de la tierra calurosa y atravesé un desierto de sal, blanco e hiriente bajo mis plantas, en busca de una granada gigante. Tenía sed, y quizá hubiera bebido lo suficiente como para saciarme si el único arroyo flacucho y tembloroso que podía ver no hubiera sido de vómito. Por un segundo pensé en ver mis manos, quizá así todo pudiera cambiar, pero lo olvidé al momento, la lucidez y el manejo de ese mundo interminable y aterrorizante por infinito no me correspondía esta vez. Ni siquiera lo pensé, sólo lo sentí, y es más ni siquiera lo sentí, sólo adiviné que era posible en algún plano tenue y agonizante de mi percepción, ni pensaba ni sabía nada porque todo era neblinoso; sentía que quería un arma, pero sentí que no la necesitaba y seguí caminando sin importar que un elefante estuviera dormido bajo mis plantas y el elefante no era de sal. El elefante me llevaba sobre el lomo, pero yo seguía caminando y a cada paso el elefante alargaba el lomo, como una carretera gris que se extendía bajo mis pies, sólo la carretera gris, porque a los lados había negrura, quizá la noche, quizá el abismo, quizá mi incapacidad de elaborar un escenario más complicado. Sentí que estaba ebrio y quise fumar mariguana, pero sabía que de hacerlo el elefante se enojaría, va a pensar menos de mí, me dije. Tenía sed, y para entonces la granada gigante -que nunca encontré, pero que imaginé con todo y color y olor y vi jugosa y enorme, con las granas aterciopeladas, cada una del tamaño de mi puño- ya se me había olvidado. Vladimir estaba vestido de rojo, vi la cara de su madre acercarse a su pecho. Me dijo algo que no recuerdo. Vi a su perro, un rotwailer del tamaño de un león, enjáulalo wey se va a comer a mi elefante como Alejandro Magno (seguro recordé que Alejandro enfrentaba, por diversión, a sus mastines con osos, leones y… elefantes, la mayoría de las veces ganaban los perros). Pinche Vladimir, qué será de él, cuando despierte le voy a llamar, sentí. Había varios libros abiertos en mi cuarto y buscaba uno con la foto del Dalai Lama, pero encontré uno con la fotografía de un pez, es mi abuelo, me dije, esta es la biblioteca familiar. Pero los libros tenían un gusto salado al tacto, no son dulces porque están enojados, me dije. Y entonces me encontré a mí mismo, con ropa de los años cuarenta (sentí que acababa de volver de la guerra, de la segunda guerra), al principio adivine que era un reflejo y me dije, es un pinche espejo. Pero el espejo me dijo …no mames.
Y desperté.
P.S: En algún momento hubo unos lentes, un poste de luz gris y retorcido, una piedra que parecía tomada con una fotografía en sepia, y alguien que gritaba están llegando, están llegando… pero no recuerdo ni en qué momento, ni en qué escenario y quizá no fueran parte de este sueño, como muchos huecos que tuve que forzarme a recordar no sean recuerdos sino matices creados por los espacios entre ellos.
4 comentarios:
Intenso tu mundo. Genial tu abuelo-pez.
Saludos
Ay yaa, me gusta pero eso de que el elefante no era de sal y la onda de la sal ya esta muy tocado, me gusta y ya me lo habias contado pero no completo.
Te amodori pew
Pes es el pez de la foto no tu abuelo.
qué pedo chavo, años sin pasar por aquí... pues me agradó tu relato hahaha siempre tú y tus debilidades por animales grandes y torpes, en este caso el elefante. Las groserías, pienso, no van con tu estilo pero en fin...
deseo que estés a todas luces hahahha
Atte.
Mario Aberto Ramírez León (A.K.A tu papá)
jaja, gracias, viejo, te deso lo mismo....XD
Publicar un comentario