Hoy me he enterado de que vienen los Pixies. Desde hace años babeo con la idea de verlos en vivo, lo que estuvo muy cerca de ocurrir en el 2004, cuando se había anunciado, al igual que esta vez, que vendrían en el mes de octubre. Cancelaron. Pero ese año vino The Cure, así que la decepción se convirtió en una nueva alegría.
Escuché por primera vez a los Pixies cuando cursaba la secundaria, tenía exactamente 12 años y odiaba la escuela, porque era una pocilga de barrio bajo infestada de pequeños proto-delincuentes. Los Pixies no fueron los primeros; antes de ellos Nirvana había sacudido y transformado mis neuronas prepúberes con los gritos crudos y afligidos de un Kurt Cobain que descubría apenas con un entusiasmo que no sentía desde mi afición a los dinosaurios a eso de los 6 años, por ahí de 1994, el año en que murió Cobain. Me llegó la explosión grunge otros seis años después de su muerte, por entonces ya nadie la recordaba, el revival de la generación X ocurrió algún tiempo después.
Comencé a coleccionar camisas de franela y compraba jeans rotos en los tianguis del domingo, a la par que sufría sacrificios monetarios para hacerme de los discos más representativos de la ola. Primero fue la discografía completa de Nirvana, excepto el Incesticide, que estaba absolutamente agotado por entonces. A lo que siguió las demás bandas del periodo, Pearl Jam y Soundgarden primero; Melvins, Alice in Chains y Mudhoney después; y con más sacrificio pues eran muy muy escasos las bandas menos afamadas como Dinosaur Jr, Butthole Surfers o Bikini Kill. Obviamente no podían faltar en mi colección -que crecía cada semana muy a pesar del dinero para almuerzo del recreo que retenía ascéticamente- las otras bandas emblemáticas que aunque no formaron propiamente parte del movimiento fueron indispensables para él: Sonic youth, Jesus and Mary Chain y, por supuesto, Pixies.
Aunque Nirvana siempre será la banda más representativa de mi temprana adolescencia, hay tres momentos importantes de mi vida que están en relación directa con alguno de los temas de la agrupación de Frank Black. El primero fue en el 2002, tenía trece años y aún estudiaba en esa escuela endemoniada, Secundaria Técnica 106; el colegio de los simplones, vulgares y viciosos vástagos de los habitantes de una de las colonias más conflictivas de Iztapalapa. Ahí pequeños crímenes eran comunes e incluso normales. Palizas diarias, consumo de marihuana y “chochos”, sexo incipiente y torpe en los baños y rincones oscuros. Yo era quizá el más joven de mis compañeros; el turno era vespertino y todos eran uno o dos años mayores a la edad que deberían tener para el grado que cursaban, yo era un año menor. Gran parte de ellos estaban influenciados por la vida de pandillas, consumían mariguana con descaro y orgullo, pues lo consideraban un símbolo de hombría y prueba de un extraño sentido de madurez. A mí, hijo de una familia decente, me habían advertido sobre “el peligro de las drogas”; sin embargo mi admiración por esa música prohibida y extraña por la que la mayoría de mis conocidos sentían repulsión, y por sus toxicómanos ejecutores poco a poco hizo brotar un pequeño retoño de curiosidad que culminó en mi férrea decisión de probar la hierba. Elegí un día simbólico, 5 de abril, aniversario número 8 de la muerte de Cobain. Me acompañaban en ese día luctuoso mi mejor amigo Vladimir -única persona con quien compartí aficiones y aflicciones de manera total, hasta que embarazó su novia en turno y tuvo que convertirse en un padre de familia responsable y cuasi-cristiano-, “el oso”, compañero que compartía nuestro amor por Nirvana, sólo que le gustaba más el ska; y otros dos sujetos que asistieron a la reunión sólo para quemar. El oso tocaba en su flamante guitarra, una Epiphone Les Paul, melodías a medias, intros y riffs destartalados de canciones de Nirvana, paró cuando comenzó a circular el hitter. Vladimir accionó el play en una grabadora que teníamos para la ocasión, el CD que estaba puesto no era de la banda de Seattle sino el Doolittle de los Pixies, sonaba “Monkey Gone to Heaven”, perfecta para el momento. No me gustó la mariguana y aunque volví a probarla días después en alguna hora muerta de la secundaria, con el tiempo comencé a desarrollar cierto tipo de desprecio hacia ella y sus consumidores.
El segundo momento fue en una fiesta improvisada en casa de alguien. La idea era sencilla, llegar temprano, beber mezcal y encaminarse a la escuela lo menos ebrio posible o al menos lo suficientemente sobrio como para disimular. Al llegar me serví un vaso y me senté en un sillón, Vladimir me acompañaba, pues íbamos juntos a todas partes. Al poco tiempo se me acercó Karla, una frondosa morena que se había enamorado de mí sin conseguir de mi parte más que una lujuriosa atracción física. Bebimos un par de vasos y me pidió que la acompañara a buscar no se qué a una de las habitaciones donde según dijo había dejado su mochila. Se tambaleaba un poco, y yo caminaba detrás de ella al son de sus caderas. Cerró la puerta detrás de mí, puso el seguro y se tumbó en la cama diciéndome ya estoy peda no te vayas a querer aprovechar de mí, mientras me miraba a los ojos flexionando y estirando las rodillas para enseñarme sus piernas cubiertas apenas por su falda tableada de secundaria. Me jaló hacía ella y comenzó a acariciar mi espalda por debajo de la camisa, nos besamos con furia y torpeza, hasta que mis manos se encontraron sobre sus senos. Nos besamos más, se quitó la blusa y le desabroché el brasier con gran ignorancia. Yo tenía 13 años, ella 14. Los suyos eran los primeros senos que veía, labrados en ébano, henchidos de frescura y de virginal sensualidad; comencé a besar el inicio de esos montes y ella arqueaba la espalda, para dirigirme más abajo, hasta la punta de sus pezones duros, ansiosos de mis labios púberes. Justo en ese momento cambió la música, ya no sonaba esa porquería proto-regaetonica de inicio del milenio, sonaba otra melodía, de una crudeza melancólica que apenas entendía, pero que adivinaba mía como el reflejo de una densa masa de cosas entrelazadas en lo profundo de mi psique: “Where is my mind?”. Fue Vladimir quien se había apoderado del aparato de sonido y por un glorioso momento impuso su voluntad sonora, antes de que algún ofendido por semejante estruendo derrocara el régimen de su tiranía y tornara a la antigua bazofia de puertorriqueños misóginos. Quedó trunca la canción como mi encuentro con la morena, porque sus amigas comenzaron a tocar la puerta y a llamarle pensando que estaba demasiado ebria para no saber lo que hacía. En realidad estaba más sobria que yo.
El tercer momento fue en un aula de clases, llevaba unos discman y Vladimir llevó unas bocinitas. Pusimos música en una hora muerta y pasó lo mismo, alguien se ofendió. Sentí un golpe en la nuca y escuché una voz que me decía quita tu pendejada, wey. Decidí no hacer caso; sentí otro golpe y escuché un ¿no me oyes, pendejo? La voz era de “el burro”, un sujeto malencarado y robusto mayor que yo por al menos tres años. Había soportado más de la mitad del segundo año de secundaría a aquel sujeto y a sus imbéciles esbirros. Yo era más pequeño y delgado que la mayoría, y fácilmente podía ser sometido por la fuerza. Así que tuve que aguantar un asiduo bullying de parte de todos ellos. Notaban, en su vulgar simplicidad de chacales imberbes, la ausencia de semejanza alguna entre sus personalidades y la mía, que era más bien taciturna y apartada; además siempre he tenido suerte con las chicas y la novia en turno del burro me había confesado su atracción por mí. Ese último golpe en mi nuca significó el epítome de toda esa serie de insultos y maltratos, así que sin pensarlo tomé por una asa el bote basura que estaba delante de mi banca, era de metal, era pesado, y con un solo movimiento, que aún no me explico se lo estrellé en la cabeza. Cayó al piso retorciéndose y chillando. En las bocinitas sonaba “Rock music”. Nadie volvió a molestarme.
Comencé a coleccionar camisas de franela y compraba jeans rotos en los tianguis del domingo, a la par que sufría sacrificios monetarios para hacerme de los discos más representativos de la ola. Primero fue la discografía completa de Nirvana, excepto el Incesticide, que estaba absolutamente agotado por entonces. A lo que siguió las demás bandas del periodo, Pearl Jam y Soundgarden primero; Melvins, Alice in Chains y Mudhoney después; y con más sacrificio pues eran muy muy escasos las bandas menos afamadas como Dinosaur Jr, Butthole Surfers o Bikini Kill. Obviamente no podían faltar en mi colección -que crecía cada semana muy a pesar del dinero para almuerzo del recreo que retenía ascéticamente- las otras bandas emblemáticas que aunque no formaron propiamente parte del movimiento fueron indispensables para él: Sonic youth, Jesus and Mary Chain y, por supuesto, Pixies.
Aunque Nirvana siempre será la banda más representativa de mi temprana adolescencia, hay tres momentos importantes de mi vida que están en relación directa con alguno de los temas de la agrupación de Frank Black. El primero fue en el 2002, tenía trece años y aún estudiaba en esa escuela endemoniada, Secundaria Técnica 106; el colegio de los simplones, vulgares y viciosos vástagos de los habitantes de una de las colonias más conflictivas de Iztapalapa. Ahí pequeños crímenes eran comunes e incluso normales. Palizas diarias, consumo de marihuana y “chochos”, sexo incipiente y torpe en los baños y rincones oscuros. Yo era quizá el más joven de mis compañeros; el turno era vespertino y todos eran uno o dos años mayores a la edad que deberían tener para el grado que cursaban, yo era un año menor. Gran parte de ellos estaban influenciados por la vida de pandillas, consumían mariguana con descaro y orgullo, pues lo consideraban un símbolo de hombría y prueba de un extraño sentido de madurez. A mí, hijo de una familia decente, me habían advertido sobre “el peligro de las drogas”; sin embargo mi admiración por esa música prohibida y extraña por la que la mayoría de mis conocidos sentían repulsión, y por sus toxicómanos ejecutores poco a poco hizo brotar un pequeño retoño de curiosidad que culminó en mi férrea decisión de probar la hierba. Elegí un día simbólico, 5 de abril, aniversario número 8 de la muerte de Cobain. Me acompañaban en ese día luctuoso mi mejor amigo Vladimir -única persona con quien compartí aficiones y aflicciones de manera total, hasta que embarazó su novia en turno y tuvo que convertirse en un padre de familia responsable y cuasi-cristiano-, “el oso”, compañero que compartía nuestro amor por Nirvana, sólo que le gustaba más el ska; y otros dos sujetos que asistieron a la reunión sólo para quemar. El oso tocaba en su flamante guitarra, una Epiphone Les Paul, melodías a medias, intros y riffs destartalados de canciones de Nirvana, paró cuando comenzó a circular el hitter. Vladimir accionó el play en una grabadora que teníamos para la ocasión, el CD que estaba puesto no era de la banda de Seattle sino el Doolittle de los Pixies, sonaba “Monkey Gone to Heaven”, perfecta para el momento. No me gustó la mariguana y aunque volví a probarla días después en alguna hora muerta de la secundaria, con el tiempo comencé a desarrollar cierto tipo de desprecio hacia ella y sus consumidores.
El segundo momento fue en una fiesta improvisada en casa de alguien. La idea era sencilla, llegar temprano, beber mezcal y encaminarse a la escuela lo menos ebrio posible o al menos lo suficientemente sobrio como para disimular. Al llegar me serví un vaso y me senté en un sillón, Vladimir me acompañaba, pues íbamos juntos a todas partes. Al poco tiempo se me acercó Karla, una frondosa morena que se había enamorado de mí sin conseguir de mi parte más que una lujuriosa atracción física. Bebimos un par de vasos y me pidió que la acompañara a buscar no se qué a una de las habitaciones donde según dijo había dejado su mochila. Se tambaleaba un poco, y yo caminaba detrás de ella al son de sus caderas. Cerró la puerta detrás de mí, puso el seguro y se tumbó en la cama diciéndome ya estoy peda no te vayas a querer aprovechar de mí, mientras me miraba a los ojos flexionando y estirando las rodillas para enseñarme sus piernas cubiertas apenas por su falda tableada de secundaria. Me jaló hacía ella y comenzó a acariciar mi espalda por debajo de la camisa, nos besamos con furia y torpeza, hasta que mis manos se encontraron sobre sus senos. Nos besamos más, se quitó la blusa y le desabroché el brasier con gran ignorancia. Yo tenía 13 años, ella 14. Los suyos eran los primeros senos que veía, labrados en ébano, henchidos de frescura y de virginal sensualidad; comencé a besar el inicio de esos montes y ella arqueaba la espalda, para dirigirme más abajo, hasta la punta de sus pezones duros, ansiosos de mis labios púberes. Justo en ese momento cambió la música, ya no sonaba esa porquería proto-regaetonica de inicio del milenio, sonaba otra melodía, de una crudeza melancólica que apenas entendía, pero que adivinaba mía como el reflejo de una densa masa de cosas entrelazadas en lo profundo de mi psique: “Where is my mind?”. Fue Vladimir quien se había apoderado del aparato de sonido y por un glorioso momento impuso su voluntad sonora, antes de que algún ofendido por semejante estruendo derrocara el régimen de su tiranía y tornara a la antigua bazofia de puertorriqueños misóginos. Quedó trunca la canción como mi encuentro con la morena, porque sus amigas comenzaron a tocar la puerta y a llamarle pensando que estaba demasiado ebria para no saber lo que hacía. En realidad estaba más sobria que yo.
El tercer momento fue en un aula de clases, llevaba unos discman y Vladimir llevó unas bocinitas. Pusimos música en una hora muerta y pasó lo mismo, alguien se ofendió. Sentí un golpe en la nuca y escuché una voz que me decía quita tu pendejada, wey. Decidí no hacer caso; sentí otro golpe y escuché un ¿no me oyes, pendejo? La voz era de “el burro”, un sujeto malencarado y robusto mayor que yo por al menos tres años. Había soportado más de la mitad del segundo año de secundaría a aquel sujeto y a sus imbéciles esbirros. Yo era más pequeño y delgado que la mayoría, y fácilmente podía ser sometido por la fuerza. Así que tuve que aguantar un asiduo bullying de parte de todos ellos. Notaban, en su vulgar simplicidad de chacales imberbes, la ausencia de semejanza alguna entre sus personalidades y la mía, que era más bien taciturna y apartada; además siempre he tenido suerte con las chicas y la novia en turno del burro me había confesado su atracción por mí. Ese último golpe en mi nuca significó el epítome de toda esa serie de insultos y maltratos, así que sin pensarlo tomé por una asa el bote basura que estaba delante de mi banca, era de metal, era pesado, y con un solo movimiento, que aún no me explico se lo estrellé en la cabeza. Cayó al piso retorciéndose y chillando. En las bocinitas sonaba “Rock music”. Nadie volvió a molestarme.
24 comentarios:
"Haz ido a una escuela de chicos? Deberías intentarlo, tienes que estudiar algo para ganar lo suficiente y comprarte un cadillac, hablar de chicas, sexo y alcohol todo el tiempo; fingir que te importa si gana el equipo de fútbol. Todos hacen grupitos cerrados en los que nadie puede entrar, los católicos por un lado, los estúpidos intelectuales en otro, hasta los del club de lectura... Si alguien trata de hacer algo con inteligencia, es tachado de loco y extrano"- El Guardian entre el Centeno
Chale, ahora si me pego la piedra, yo voy para filosofía en la UNAM... Jajaja pero si he conocido gente que es tan tediosa por su misma carga filosofica impenetrable a cualquier idea sensata... Pero siempre hay de todo... debo admitir que tu recorte autobiográfico me inspiro a hacer un nuevo texto de Sebastián (mi hijo literario) el nuevo personaje de mi blog, espero no te moleste... Y si hablamos de escuelas hipócritas e insulsas mi prepa se lleva el trofeo, maldita escuela de dizque rico de bosques
de aragón, esos 3 cursos fueron una tortura... Buenas Lunas
Déja vu... Larga historia. Me hace dudar de tu existencia, aunque ese sería otro deja vu y sería como regresar al principio pero sabiendo como terminaria, o tal vez no.
No me hagas caso, digo pura babosada.
¿Cómo esta la peli de Eraserhead? Me da miedo siquiera sacarla del empaque...
Soy muy asustadiza con las cosas sin sentido y surrealistas... Mejor la veo acompañada jajaja, y así son mis achaques mentales demasiado honesta con los dedos sobre el teclado, preferible escribir de mis ondas raras en mi blog a ridiculizarme en otro (risa nerviosa y mirada paranoica)... Las vueltas del carrusel me marean
Ya perdon, creo que tenía hambre. me gustó la ambivalencia del título de tu blog y la cita de Schopenhauer, aunque a él lo considero un poco extremista y... misógino... tengo el cabello largo pero no las ideas cortas... Realmente me hubiese gustado ir a la presentación cyberautista, adoro todo lo que tenga que ver con cosas estilo cyberpunk, esa visión de la realidad como grisácea y cáustica es tremendamente original y da pauta a sinfín de cavilaciones que en otro contexto parecerían fuera de control.
Yo soy todas las voces: Yo soy el principio; y chinguen a su madre los cyberposers.
http://www.youtube.com/watch?v=vUPHRqBmgts
atte. victor ibarra calavera
...Pffff
Los Zombies son geniales, los cyberautistas no!!!
esto es la guerra???
Igual los cyberautistas no aportan nada, en cambio los zombies se comen tu cerebro y tu microprocesador
Perdón si me meto en donde no me llaman pero si te gustan tanto los zombies, en mi blog hay un cuento sobre ellos que fue publicado en la antología mexicana del zombie, se llama el orgullo de una madre, seria un poco mejor que vieras cosas de tu interés a insultar otras que no son de tu agrado.
Y para el dueño del blog: no pretendo nada, solo intento autoconvencerne de que la peli no es tan horrible, y es que cuando vi la de paprika no pude dormir bien en 2 días y eso que es de animación y ni de terror es... Jaja supongo que Schopenhauer fue hijo de su época y ya es bastante lo que aporto en filosofía como para pedirle una mentalidad feminista jajaja, de hecho en el relato de somme nous... Sebastián dice que necesita vivir en sociedad por que no se soporta en solitario aludiendo a la cita de Schopenhauer que dice que los hombres inventaron la vida en sociedad para no soportarse ellos mismos. Y de que es tu trabajo de cine? Suena interesante, otra de mis ilusiones es hacer cortometrajes...
Pues leyendo tu entrada se me vienen una serie de recuerdos de la secu, realmente la recuerdo como la peor época de mi vida, "los simplones, vulgares y viciosos vástagos" también existían, pero ¿es que alguna escuela se salva de ellos?, también recuerdo muy bien a los maestros como una bola de ojetes, huevones, gritones e incompetentes que se llevaban con la bola de lacras, y yo mientras tanto refugiado en los recesos en el aula de artes plásticas comiendo golosinas (ese podría ser el inicio de mi mediana obesidad)y escribiendo un par de poemas malos .
En definitiva una época que muchos detestamos.
Ese concierto es imperdible he, pero ya no digo nada porque como ya sabes la puta crisis me ha hecho infeliz un par de veces este año.
Suerte
Yo también quise estudiar cine, pero filosofía me gusta por la profundidad que se le puede adjudicar aparte esta en todo y el simple hecho de pensar nos remite a ella. Aparte de que me encanta leer y me fascinan los trabajos de muchos filósofos, por ejemplo el imaginar que todo no es mas que un producto de la mente, o que la realidad es impalpable, el enigma del tiempo y la sentencia de la muerte. El mismísimo por que del ser, el quid y la quintaescencia de todo... Ah ya empiezo a malviajarme pero es que la adoro, a pesar de todo lo que le han dicho a la filosofía me sigue encantando. Pero adoraría darle un nuevo giro mas postapocaliptico como los relatos de sebastián o aplicarla en un sentido mas cáustico y satírico pero a la vez devastador y como cyber... Algo asi como la serie ergo proxy ( recomendable)... Ah y por eso quiero estidiarla. Tu que estas estudiando? Me podrías pasar tu Mail por favor? Si no es molestia me agradaría hablar en tiempo real ( que frase tan mas profundizable)
Todavía somos, en gran parte, criaturas terrestres. Estamos apenas comenzando a aprender cosas que debíamos saber... Algunas cosas que no sabíamos como seres humanos, porque éramos precisamente, seres humanos. Porque nuestros cuerpos humanos eran cuerpos pobres. Pobremente equipados para pensar, para sentir... Quizá hasta nos faltaban algunos sentidos esenciales para el conocimiento. Ciegos ojos humanos, pobre ojos, que ignoraban la belleza de las nubes, que no podían ver a treavés de la tormenta. cuerpos incapaces de sentir el estremeciento de quella vibrante música que provenía del agua al quebrarse. Hombres que caminaban en una terrible soledad y hablaban como niños exploradores intercambiando sus mensajes con banderitas, incapaces de extenderse y tocar la mente del otro. Alejados para siempre de todo contacto íntimo y personal con otros seres vivos. Aislados en su domo pequeñoto gris lleno de tecnología... Completamente solos.
Hola aca uhmm la verdad ya tenia mucho que no pasaba aqui ya veo que cambiaste todo :) haha bueno pero ya me atrevi a entrar.
el de los comments de abajo habla igual que tu :p hah no ntc pues que bueno que todo te haya salido bien en tu expo. ahi a ver si un dia yo hago uun blog, bueno siempre voy a admirar lo que haces y como piensas.
Yo.
ah era el de arriba no el de abajo. :P!!
Gracias pe(w)queña. También voy a admirarte siempre... y lo sabes... cuando hagas tu blog avísame, seré tu primer seguidor. ok?
A la mierda los cyberposes...
sus pequeños discursos panfletarios y su vision del mundo entendida segun la tecnica y la ridicula idea del final de la historia y la culminacion evolutivo q estas a alturas esta caducada no son sino patrañas...
el tecnocrata como la imagen politica y heroica del futuro..
jajaja
queremos algo realmente creador, inovador, no ideas sacadas de otro pequeño burgues...
Vivan los Zonbies CHAVO!!!
...ok
hahahaha CHAVO!!!
oye supiste que chespirito está haciendo poemas?
Luego te topo.
que tiene que ver el estar asociando citas de KAnt y Schopenhauer con el discurso que expone el desarrollo tecnico??
lo unico que parece es que quieres darle un matiz de solemnidad, de intelectualoides adictos a la maquinaria, masturbandose con el producto mas nuevo que sale al mercado...
Gestell!!!
tope evolutivo, perfeccion?? eso ya no sirve, nadie habla ya de ello, y es ridiculo que se siga pensando en una historicidad ascendente, lee mejor algun discurso de filosofia de la historia que no se de textos kantianos que son realmente ridiculos en bastantes cosas y han perdido demasiada vigencia...
la tecnica no lo es todo...
inquietudes del ser??
aja...
adios.
waterloo
"inquietudes del ser??
aja...
adios."
creo hermano que tienes una, en especial porque sólo te la pasas molestando por aquí hahaha
No lloren niñitas.
Los cyberposers están oxidados.
Los zombies estan oxidados pero caminan sobre sus cráneos.
Yo soy su padre. Yo soy su padre de aluminio y testiculos de cobre.
V.I.C
Los zombies escribimos con cacofonías... y no nos importa.
Nadie les hace caso a las cybergatitas.
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