Hay muchas cosas que me asustan. Me asusta la
obsolescencia y el olvido. Me asusta la necesidad y la esclavitud. La muerte de
los cercanos que nos duele solo a nosotros y no a quienes se nos van.
El problema de nuestro tiempo es la memoria.
Siempre queremos más, más gigas, más teras de espacio almacenable, tomamos
fotos y videos y nunca recordamos nada. Un trago que se evapora, alcohol en el
aire que se eleva a la atmósfera. Me asusta la vejez y la enfermedad. Me asusta
que la noche sea tan larga y que las mañanas sean tan inclementes. Me asusta la
guerra, sobre todo cuando es interna y me asusta saberme incapaz de comprender
y de empatizar.
Hace tiempo que dejé de ser un niño. Y no importa
qué, me sigo sintiendo tan amenazado por los terrores nocturnos y por los
monstruos escondidos detrás de las sombras. Un cuarto de siglo no ha bastado
para comprender que todo se escurre. Que todo se nos va de las manos. El
tiempo, las personas, los amigos, las cosas, las ideas: la piel muerta que
respiramos todos los días. Nuestros pulmones de llenan de nuestro propio
cadáver.
A veces me pregunto en qué terminará todo. Me
asusta saberlo. Si pudiera quemar el templo de Artemisa lo haría sin dudar. No
soy un hombre que ha nacido para el olvido. No soy un hombre que puede lidiar
con el olvido. Eróstrato y las flamas son mi sino. Mi problema es la memoria,
no quiero olvidar ni ser olvidado. Las flamas consumen a los que no encuentran
una salida.
Pero el tiempo avanza y fluye en su dimensión ajena
a los temores nocturnos. La piel se nos va volviendo áspera. No somos los
adultos que se supone que debemos ser. Hemos estado tanto tiempo en las esferas
uterinas que es imposible salir sin morir de asfixia. Pero grabamos cada
momento en formatos de alta definición. Un día reproduciremos todas las cintas
en todas las pantallas al unísono y no habrá más que embriaguez. Del tipo de
embriaguez que precede la pérdida de la memoria. Cuando amanecer en un sitio
desconocido y con la cabeza a punto de estallar es como un nuevo renacer.