Roar your terrible roars and gnash your terrible teeth and roll your terrible eyes and show your terrible claws! And please don't go I'll eat you up, I love you so.

20131223

Eventos al final del túnel



Es que ni siquiera recuerdo el horizonte difuminado. Yo sólo caminé y perdí el paso. Al final de lo visible había una línea horizontal que se desdibujaba como un espejismo, estoy seguro, pero no lo recuerdo. Y yo seguí andando porque detenerse nunca es una opción para el tiempo que fluye. Pensé que podía discurrir y dejar que el viento se llevara todo lo que se me desprendiera de la piel, como si fueran cenizas de un cadáver calcinado esparcidas en la ventisca de un desierto: la poesía de las partículas en el aire que flotan en cámara lenta y parecen caer como copos de nieve o como estrellas muertas del universo.

¿Qué podía esperar? Ni siquiera sabía a dónde ir. Estaba allí, perdido entre los edificios esperando el final del ciclo. No puedo negar que hay maneras más crueles de extraviarse. Pero los tentáculos que persiguen nuestras cabezas impasibles de buda en trance no se detienen. Esas noches rezaba rezos cristianos porque me aturdía la oscuridad, y los ruidos nocturnos amenazaban con convertirse en una música hipnótica, temía perder más el camino y dirigirme a la negrura y a lo espeso y a las sombras.

¿Qué podía esperar? Ni siquiera recuerdo el horizonte difuminado. Podíamos contar los planetas y trazar sus ciclos y periodos de rotación para entender con exactitud por qué después de eyacular nuestros temblores dibujan vía lácteas de marfil y horizontes nebulosos.

La muerte viene y ya. Y es momento para mirar hacia atrás. Hay que saber que las cajas las habitan los muertos con su rigidez de roca suave. Y que mi nombre es impermanencia y también el tuyo, y el de las células que se deterioran y se convierten en polvo. Un trago de alcohol. Un gemido de satisfacción. El miedo. Y el olvido.

Afuera están todos los monstruos, afuera, en el límite imaginario. Pero caminamos entre ellos portando una máscara para evitar ser descubiertos, para confundirnos con la multitud.

Ni siquiera recuerdo cómo llegué aquí (¿se me cayó la máscara?). He pasado tanto tiempo entre ellos que me han crecido los dientes y me han salido garras y cuernos y el pelo me cuelga por todos lados y el aliento me huele a sangre. Mis ojos amarillos no distinguen más allá de tres metros, pero olfateo las feromonas en el aire, el líquido menstrual que me hace correr impaciente por soltar mis dentelladas.

No había nada que esperar. Sólo la negrura, el brillo de los ojos en la oscuridad y el olvido de lo que perdimos antes de correr hacia la liberación de los dientes, en la misma dirección en que corre el tiempo.

La única.